viernes, 6 de abril de 2012

LA ARQUITECTURA DE LA POSTGUERRA EN CANARIAS: DE LA CRISIS NACIONAL A LA CRISIS DE LA MODERNIDAD.


En la posguerra española, la economía de las Islas Canarias sufrirá una transformación importante que no se modificará hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que significa abarcar el pe­ríodo que va desde 1939 hasta 1946. La instau­ración en la islas del Mando Económico en 1941, y que durará hasta 1946, acelerará la integración econó­mica de las islas con el resto del Estado español. La tradición exportadora con países extran­jeros se ve mermada a favor del intercambio co­mer­cial con la Península y las Plazas españo­las en África.

Lógicamente, esta situación era el reflejo de la reducción general del comercio exterior español que deviene del bloqueo internacional al que está sujeto el país y que se prolongara durante la existencia del mando económico, llegando en 1950  a ser mayoritario el comercio con los países extranjeros. Todo ello trae concluye en un período de crecimiento que durará hasta 1957 que será cuando la balanza comercial canaria se vuelva deficitaria. La economía canaria pasa de una situación estancada, con escasa capacidad de consumo, a otra con una tendencia enorme al mismo como reflejo principalmente de la gran actividad turística.

Todos estos acontecimientos, tendrá tras­cenden­cia en la configura­ción y desarrollo de la arquitec­tura en la década de los cincuenta. La inversión en la ciudad de los pequeños propietarios, se traduce en la consolidación de las áreas edificadas. Proliferarán las edificaciones entre medianeras, colmatando las fachadas de las principa­les vías de las ciudades.

El contexto regional de Canarias no se diferenciará, en lo estructural, de los acontecimien­tos que se producen en el resto de España. La Guerra Civil no acarreará destrucción física alguna en la ciudad, a pesar que es donde comienza la sublevación mili­tar en julio de 1936,  a diferencia de lo sucedido en otras pobla­ciones del país. Los afecciones en ella como resultado de la guerra serán cola­terales. Una de éstas, y que tendrá gran im­portancia en la futura conformación de la ciudad, con la pre­sencia del arquitecto vasco Secundino Zua­zo Ugalde.

Este arquitecto llegará como resultado de la invitación que le hace su colega gran canario Miguel Martín Fernández de la Torre, al conocerse la pena de des­tierro e in­habilita­ción, que se le im­pone por su vin­culación profe­sional, durante la Segunda Repú­blica espa­ñola, como respon­sable de las áreas de urbanismo, en el Minis­terio que ostentaba In­dalecio Prie­to. Terminada la Guerra Civil española, el Minis­terio de la Gobernación dicta aquella orden con fecha 24 de Febrero de 1940. El carácter emprendedor de Secundino Zuazo y las relaciones en Las Palmas de Gran Canaria, hacen que su estancia se convierta en un período profesional altamente produc­tivo.

Será por mediación de Miguel Martín Fer­nández de la Torre cuando en 1942 el Ayuntamien­to de la ciudad, a través de su al­calde Jesús Fe­rrer Jimeno, ini­cia los contactos para el en­cargo del Plan Gene­ral de Las Palmas de Gran Canaria a Secun­dino Zuazo. La relación entre Miguel Martín y Secundino Zuazo, provenía de los años en que el primero, recién titulado en Madrid, se incorpora a trabajar en el estudio de aquel. En septiembre de 1943 se adopta el acuerdo definitivo de la corporación para el encargo del Plan, en este momento el alcalde de la ciudad es  Alejandro del Castillo y del Castillo. La causa del retraso desde las primeras con­versaciones hasta el acuerdo final se atribuye a la espera necesaria que se tuvo que producir para el levantamiento de la sanción inhabilitadora del arquitecto vasco.

En la definición de problemas que debe resol­ver el Plan, se delimitan tres objetivos prin­cipales: la definición volumétrica de la ciu­dad, con el es­tablecimiento nuevas ali­neaciones y rasan­tes; el trazado de los ensanches natura­les; y la extensión de la ciudad hacia el mar. Previamente al encargo del Plan General, por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, el 21 de di­ciembre de 1939, el Ministerio de la Gobernación, recono­ciendo una realidad física, acuer­da la fusión de los ayunta­mientos de San Lo­renzo y Las Palmas de Gran Canaria. Tal cuestión confiere a la ciudad una dimen­sión nueva, y le incorpora te­rre­nos que van a jugar un papel de impor­tancia en pe­ríodos poste­riores: las zonas de Guanarteme y Ciu­dad Alta.

El Plan de Zuazo chocará con algunas de las expectativas que tal unificación creó. Mientras Zuazo propone un crecimiento por ocupación de los intersticios existentes entre la masa edificada de la ciudad y zonas de extensión hacia el mar, fundamentalmente en la zona baja. Otros intereses actúan sobre ella, llevados por una aspiración que ya tenía sus an­tecedentes en los años treinta, la colo­nización del territorio de ciudad Alta. Zuazo pretende establecer el control sobre la capacidad edi­fi­cato­ria de las parcelas y propone medi­das de saneamiento en las manzanas com­pactas exis­tentes.

Así pues, antes de que Zuazo entregue en diciembre  de 1944 los documen­tos del Plan General a la Corporación Municipal; la com­pra por el Ayun­tamiento de Las Palmas de Gran Canaria, de terre­nos en la zona alta de la ciudad, para la implan­tación de 422 viviendas en Scha­mann que fi­nancia el Instituto Nacional de la Vivienda, y otras 64 vivien­das que financiará el Mando Económico de Canarias, pondrá en crisis al Plan, antes de su discusión en pleno. La no asunción de impor­tantes propuestas ema­nadas del Plan Zuazo, deviene de la falta de volun­tad política, por en­cima de aspectos relacionados con la capacidad de los téc­nicos y de la gestión del mismo.

La existencia de intereses diversos que, en ocasiones, se amparan en organismos como el Insti­tuto Nacional de la Vivienda, Obra Sindical del Hogar y Mando Económico de Canarias; forzarán reso­lucio­nes contrarias a los prin­cipios regulado­res del Plan. La colonización de la parte alta de la ciu­dad se produce como una imposición política, con­traria a cual­quier reco­mendación técnica que tu­viera y es­table­ciera un modelo crecimiento cohe­rente. La aparición de un nuevo proyecto para la construcción 258 vi­viendas en 1951, promovidas desde el Instituto Na­cional de la Vivienda, afian­zará la intención colo­niza­dora de aquella parte de ciudad.

Todo ello, traerá como consecuencia, que el Plan Zuazo quede modificado. Tales modificaciones se elaborarán desde las oficinas técnicas munici­pales, a cargo del equipo dirigido por Antonio Car­dona, que  desa­rro­llará entre 1944 y 1951, las reformas al Plan de Zuazo. El 30 de enero de 1952, son pre­sentadas al pleno municipal las "modificaciones al Plan de Zuazo. De esta forma se acepta el proyec­to de Ordenación, a la vez que se aprueba la exposición pública del mismo, junto con las modificaciones. Así quedan aprobadas corporati­vamente las modi­fica­ciones al Plan. La diferencia principal en la concepción de ciudad que establece una y otra propuesta, será la articulación del continuo edificado.

Cuando el Plan Zuazo organiza la ciudad de forma policéntrica, lo que la estructura convenien­temente, Cardona mantiene la bipolariza­ción clásica entre el  puerto y casco histórico de Vegueta-Triana. Esto provocará la existencia de una masa edifi­catoria, que sólo podrá estructurar la ciudad median­te la pregnancia tipo­lógica. Tras los períodos bélicos, tanto nacional como internacional, el Puerto de la ciudad de las Palmas adquiere gran actividad. El Plan Zuazo, aparte de las cuestiones rela­cionadas con el tratamien­to del Puerto y su autono­mía con respecto al resto de la urbe, como el "he­cho fun­cional más impor­tante de la ciu­dad", reúne cuatro aspectos significativos para el desa­rro­llo de Las Pal­mas de Gran Canaria: la jerar­quización de la red viaria, la reforma interior de los ba­rrios de Ve­gueta y Tria­na, la for­malización de los ensanches y la exten­sión de la ciudad hacia el mar.

El antecedente al Plan de Zuazo se sitúa en los años treinta, con la planificación que realiza Miguel Martín Fernández de la Torre. En 1922, siendo alcalde de Las Palmas de Gran Canaria José Mesa y López, se encarga, al recién titulado ar­quite­cto, la ordenación del conjunto de la ciu­dad, en ese momento esta se desarrollaba en las zonas Arenales, Santa Catalina, Canteras e Isleta, quedando libre Ciudad Jardín, lo que más tarde le permitirá proyectar de manera flexible el conjunto residencial que allí situará. De tal forma, centra su intervención en Ciu­dad Jardín, planteando  el continuo edificado entre los tres focos: Vegueta-Triana, Ciudad Jardín y Puerto.

El documento final, elaborado por Miguel Mar­tín, tiene fecha de 1930, y contiene una aspi­ración que existía para la ciu­dad desde prin­cipios de siglo: La creación de una avenida marí­tima que uniera todo el borde con el mar al Este de la ciudad. Los conceptos propuestos desde la plani­ficación de Miguel Martín, son retomados y reelaborados por Secundino Zuazo, hasta el punto de hacer pensar que será el plano de Mi­guel Martín, y un plano sectorial que se realiza para la zona de Schamann en ciudad alta, los que prefiguren la ciudad de los años sesen­ta, marcando la directriz del crecimiento de aquella.

La diferencia principal entre la planificación de Zuazo y la de Martín, será por planteamiento global. Mientras para el primero, la planificación se encastra en la ciudad existente, el segundo plan­teará la "articulación y el resurgimiento de núcleos cuya calidad esté probada". La realidad será, que la primera propuesta global de ciudad que se hace para Las Palmas de Gran Canaria será la de Zuazo. En el año 1962, con el Plan de Sánchez León para la ciudad será, que se produzca la homogeneiza­ción de todo el tejido ur­bano de la ciudad futura, en el marco legis­lativo de la Ley del Suelo promulgada en 1956.

Uno de los aspectos principales, con gran fuerza transformadora de la morfología de la ciu­dad, será la propuesta de extensión de la ciudad al mar. Tal propuesta, se produce tanto en el borde naciente, como en la zona norte de Las Canteras y Guanarteme. En este segundo sector, vuelve a incurrir en la destrucción del referente de la memoria colec­tiva, pero esta vez con mayor gravedad, al tra­tarse de la modificación completa del ecosistema que constituye la playa de Las Canteras, proponien­do su reducción dimensional y modificación formal, con la finalidad de obtener terrenos para la edifi­cación. Tal propues­ta jamás se mate­ria­lizó.

Sin embargo, la extensión hacia el mar en la zona este, tuvo su materialización en la década de los sesenta, tras la constitución el 7 de sep­tiembre de 1950, de la Sociedad Anónima CIDEL­MAR. Dicha sociedad, correría con los gastos de ejecución de las obras de extensión, obteniéndose un total de 128.759 m2, de los cuales 89.859 m2 quedaban en propiedad de la sociedad y 44.900 m2 pasaban a uso pú­blico. Las obras de ampliación fueron comenzadas en enero de 1953, y en julio de 1958, finalizaron. La importancia del Plan realizado por Secun­dino Zuazo, radica en que por primera vez se aco­mete el problema urbano de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria de una forma global. Su desarrollo se producirá en lo estructural, con las directrices emanadas de dicho Plan.

Al mismo tiempo que esta reforma del Plan Zuazo, se redactan las Ordenanzas Municipales, y son apro­badas el 8 de julio de 1954 en pleno muni­cipal, tendrán vigencia durante un largo pe­ríodo. El efecto que producirá el Plan de Zuazo no se reflejará hasta entrada la década de los sesen­ta. El crecimiento de la ciudad se localizará en las áreas edificadas. Estas nuevas condiciones de la propuesta  enmarcan la aparición del agente acelerador del crecimiento la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria que será el turismo.

Este fenómeno adquirirá trascen­dencia ur­bana en los años cincuenta. La tradición turística de la ciudad se remonta a los años veinte en que se propició desde la so­ciedad inglesa el turismo para personas de avan­zada edad. La causa principal de esta transformación, estará en el impulso económico que se produce en los países del Mercado Común, que permite la inver­sión en países con una situación fiscal ven­tajosa y un valor monetario devaluado; a esto habrá que aña­dir la facilidad de las comunicaciones que permiten largos despla­zamientos en poco tiempo.

            La intervención oficial en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en la posguerra, tendrá dos períodos: el pri­mero hasta 1950; y el segundo hasta 1960. El pri­mero, está carac­terizado por la situación pos­bélica, donde las actuaciones oficiales, se producen a través del Mando Econó­mico de Cana­rias. A finales de la década de los cuarenta, como se ha dicho, se pro­ducirá la colonización terri­torial de la parte alta de la ciudad, y que tendrá gran trascen­dencia ur­banística, en el posterior desarrollo de la ciu­dad. En 1949 está terminada la barriada García Escámez, en Escaleritas, y 442 viviendas unifami­liares en la barriada General Franco de Schamann.

En el segundo período, correspondiente a la dé­cada de los cincuenta, serán los organismos na­cio­nales como la Obra Sindical del Hogar y el Pa­tro­nato Francisco Franco, que obtienen fi­nan­ciación por la Ley de Protección de Vivien­das Boni­ficables, y el Instituto Nacional de la Vivien­da, quienes actúan en el desarrollo de la vi­vien­da social de la ciudad. La forma de intervención principal, en la parte alta de la ciudad, serán los polígonos, en­tendidos como la producción masiva de vivienda para los estamentos medios y bajos de la población. Predominará el bloque como tipo edificatorio más repetido, y generalmente, estas agrupaciones adolece­rán de los equipamientos necesarios e infra­estructura imprescindible para su desarrollo. Estas operaciones serán posteriores.

Esta forma de asentamiento, será novedosa en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y su morfología diferirá de la forma tradicional de asentamiento en la misma. Ciudad alta, recibe las operaciones del Patro­nato Fran­cisco Franco, que intervendrá en la reali­zación de la primera fase de Arapiles, que sumaba 100 viviendas; y la constru­cción del polígono denomina­do Martín Freire, con 1472 vivien­das. Este último polígono, sería, años más tarde "tapona­do" visualmente, por una pastilla edificato­ria, que daría una nueva fachada al mar, rea­li­zada por el arquitecto Fermín Suárez Valido, y conocida popularmente como el muro de la vergüen­za. Los polígonos, serán el germen del desa­rrollo de la parte alta de la ciudad, cuyo crecimiento manten­drá una estruc­tura de en­sanche fragmen­tada e indivi­dua­li­zada.

También, pero en menor escala, se intercala en la parte baja de la ciudad la tipología de bloque  en ope­raciones que se imbrican en el tejido exis­tente. Estas intervenciones oficiales en ciudad baja, estarán  a cargo de la Obra Sindical del Ho­gar, que reali­zará, en la década de los cincuenta, siete ac­tuaciones de pe­queña escala. Las ope­racio­nes con­sisten en ejecu­ciones que oscilan entre 30 y 160 viviendas de un total de 680 unidades. De la forma de agregación de la vivienda en estas promociones, resultarán cuatro tipos: la vivienda unifamiliar con jardín anterior o pos­te­rior; la manzana cerrada, con disposición perime­tral de la edificación en la ínsula predefinida; la manzana abierta, sin ruptura con la trama; y final­mente, el polígono, sin referencia a la ciudad existente respondiendo a su lógica in­terna.

De esta manera, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se desa­rrollará en la década que se analiza, e inter­vendrán en dicho desarrollo, la acción de los pe­queños propietarios, los establecimientos derivados del crecimiento turístico y las promociones, to­tales o parciales, del Estado, para la resolución de los problemas de alo­jamiento. Las actuaciones fuera del planeamiento, son práctica que no produce contrariedad alguna. Es más, en ocasiones viene a justificar grandes colo­nizacio­nes del territorio. De esta forma se generará el entramado de una ciu­dad planificada, pero sin que la resolu­ción final sea el resultado, respondiendo a un modelo determinado de ciudad, de la utilización de instru­mentos impues­tos desde el planeamien­to, el desarrollo de Las Palmas de Gran Canaria, será la consecuen­cia del solape constante, entre la planifica­ción y el he­cho consu­mado.

Con respecto a la arquitectura de este período en Canarias, es conveniente señalar que la realización de clasificaciones de orden gene­ral plantea cierta difi­cultad meto­doló­gica. El eclecticismo formal, al mismo tiempo que la variedad en su locali­zación cro­nológica, a veces dificulta este esfuerzo de concreción. Sin embargo, realizando un acto con cierto nivel de abstracción y síntesis,  es posible es­tablecer tales divisiones. Con este criterio, para el estudio de la ar­quitectura de posguerra. Esta a­rquitectura se moverá en tres coor­de­nadas generales: la que se sitúa den­tro del esquema del academicismo; las que se entroncan en la co­rriente regiona­lista, con sus particularidades en Canarias, producto de la imposición ar­tificial de algunos códigos for­males; y finalmente, aquella que se alineará dentro de la recuperación del len­guaje moderno en la ar­quitectura española.

No obstante, el producto arquitectónico que se encaja en esta clasificación, no será siempre, la materialización de un objeto conclusión de de­bate previo, sino más bien, la acomodación profe­sional a determinadas exigen­cias. Puesto que lo académico y lo moderno son con­ceptos ampliamente conocidos, parece impor­tante detenerse en las carac­terísticas de la arquitec­tura, que enmar­cada en lo regio­nal, se re­viste de unos códigos lingüísticos, que las dife­ren­cia de otras realizadas en el terri­torio del Es­tado es­pañol con la misma guía concep­tual. Esta arquitectura, reúne elementos de la tra­dición arquitectónica, y tendrá sus an­tecedentes en las arquitecturas mudéjar, góticas, barrocas y neo­clásicas, común a los regionalismos españoles, com­binado con otros de la arquitec­tura popular, enten­diendo por tales, los basados en la razón, como la ló­gica fun­cional, constructiva, e incluso estética.

Sus orígenes estarán en el fenómeno regio­na­lista de los años veinte, deriva­dos con toda probabilidad de las actividades orga­nizativas de la Exposi­ción Iberoa­mericana de Sevi­lla. La realidad será, que el interés por lo ver­náculo en las islas Canarias, vendrá muy apoyado desde una estrategia comercial que, independientemente del deseo de exaltación de la cultura pro­pia, per­sigue unos fines carácter económico. En el trazado de este plan, jugará un impor­tante papel el pintor gran canario Néstor Martín Fernández de la Torre, quién contará además, con el apoyo de su her­mano arquitecto Miguel. Néstor Martín, nace en la ciudad de Las Palmas el 7 de febrero de 1887, a los dieciséis años ob­tiene una mención en la Exposición Extraor­dinaria del Círculo de Bellas Artes de Madrid, ciudad donde realiza su formación artística.

Un año mas tarde, finaliza sus estudios y se traslada a Londres, y luego ir a París, en 1906. Tras un largo período de participación en diferentes eventos y exposiciones, tanto nacio­nales como inter­nacionales, se instala finalmente en Barcelona cuando discurría el año 1920. No re­gre­sará a Gran Canaria hasta 1934, donde falle­cerá cuatro años más tarde, en 1938. Néstor propone preparar las Islas para la recepción del turismo, como cuestión previa a cualquier operación de propaganda en­caminada a su atracción, critica la arquitectura moderna, como antagónica a tal fin.

La manera de lograr esa aparición del tipis­mo en las arquitecturas locales, resultaría de pote­nciar la industria artesanal, que obligaría a su utiliza­ción, evitando el uso de elementos impor­tados e industrializa­dos. Este planteamiento, tendrá gran vigencia a par­tir del final de la Guerra Civil española, donde la situación económica e ideológica, apoyarán este tipo de iniciativas. La desaparición de Néstor y el nombramiento del arquitecto tinerfeño, José Enrique Marrero Regalado, como uno de los fiscales provinciales de la vivienda, permitirá que este último adquiera prota­gonismo institucional, en la de­fensa de aquel tipo de arquitectura.

Así mismo, la constante y por otra parte mere­cida referen­cia a su obra, por quienes es­tudian la historia de Canarias, a veces ecli­psa la reali­dad de la producción arquitectónica de las islas, donde la presencia de otros arquitec­tos, vinculados al regio­nalismo canario queda diluida. Marrero Regalado, como otros arquitectos espa­ñoles, tras haber sido un profesional comprometido con el racionalismo arquitec­tónico, tras la con­tienda nacional con el cambio de contexto ideológico, se sitúa profesionalmente junto a la llamada otra ar­qui­tec­tura, siendo fiscal provincial de la vivienda propone las normas para la constru­cción de vivien­das, a fin de exigir el cumplimien­to en su ámbito provincial, y donde define una serie de modelos formales para copiar en las nuevas cons­trucciones. Esta forma de hacer arquitectura, se conver­tirá en habitual dentro de ambas provincias, Tene­rife y Las Palmas, que por extensión llegará a las islas menos po­bladas.

Marrero Regalado, trabajará también en la ciudad de Las Palmas, en ella está el hermano de Néstor, Miguel Martín Fernández de la Torre, que continúa el desarrollo de las ideas en que estuvo comprometido con su hermano. Miguel Martín Fernández de la Torre, será un arquitecto, que por la calidad de su producción, reúne las condiciones necesarias para ser con­siderado entre los de mayor interés en la arquitectura contem­poránea de Canarias; sin que ello vaya en menoscabo de otros profe­siona­les que desarro­llaron su ac­tividad en este tiempo.

Desde la perspectiva puramente dis­ciplinar, en la posguerra española la obra de Martín y Marrero, alcanza cotas de calidad interesan­tes. En esta época existirá en Canarias, un pequeño grupo de arquitectos, con diversa procedencia, que salvo intervenciones puntuales de algún foráneo, serán los responsables de la imagen de las ciudades resul­tantes. La cuantificación de la obra realizada es diferente en cada caso, y no estará en relación directa con sus aspectos cualitativos. Es necesario resaltar que existen otras intervenciones anónimas niveles de calidad que reunen similar interés.

Las dos primeras coordenadas de la arquitec­tura descritas, académica y regionalista, se produci­rán, principal­mente hasta la primera mitad de la década de los cincuenta, y será a par­tir de 1955, cuando comien­ce a ser habitual encontrar ejemplos de ar­quitec­tura "mo­derna" en la ciudades canarias. Ello no quita, que en la primera mitad de la década se puedan encontrar algunos ejemplos.

Las razones principales de esa modernidad tardía, aparte de las comunes a la situa­ción del país, podrían concretarse principalmente, en tres fac­tores: el papel media­dor de la adminis­tración, en el con­trol formal de los proyec­tos, que tendrá impor­tancia en lo que significará la recuperación de la modernidad, llegando a producirse rechazos de li­cencia, por la inexis­tencia de las de­bidas con­diciones es­téticas. Este clima, y la falta de opción formal, favo­recerá el segundo de los factores, la formación del nuevo gusto, apoyado desde los estamentos ofi­ciales, este aspecto, generará en la pobla­ción, la exi­gencia de un tipo determinado de ar­quitectura, que se conjugará con el tercer factor; este es la posición personal de los ar­quitec­tos que por razo­nes diversas, se ali­nea­rán con la posición ofi­cial sobre lo es­tético.

Encontrar la causa de la preponderancia del tradicionalismo, en la formación académica reci­bida por los arquitectos en las Escuelas españolas; que durará hasta la segunda mitad de la déca­da de los cincuenta; ya sea en su versión regio­nal o no, sería un argumen­to sólo apli­cable, en cualquier caso, a los que reci­bieron su for­mación durante la posgue­rra. Es preciso tener en cuenta, que muchos de los protago­nistas de este período, par­ti­cipa­ron en la elabo­ración de un co­rrecto, y en oca­siones, muy valioso racio­na­lismo en Canarias.

Se puede pensar, que las opera­ciones de regio­nalización se realizarán muchas veces desde el enmascara­miento de la arquitectura de la razón; como ya se produjo durante la posguerra, en muchas e importantes intervenciones naciona­les, si bien este es un criterio en el que no existe acuerdo. Si pretendemos señalara en qué momen­to la arquitectura en Canarias se en­troncará con la línea de recupe­ra­ción del len­guaje formal del movi­miento moder­no defendida desde el año 1951 por el conjunto de miem­bros consti­tuyentes del Grupo R, y las con­clusiones de los firmantes del Manifiesto de la Alhambra en 1953 que fueron posibles debido al cambio en las condi­ciones generales que limi­taban las actua­cio­nes, debemos ubicarnos temporalmente hacia la mitad de la década de los cincuenta.

El análisis de la obra realizado, obligará a la confir­mación  del carácter transitorio de la arqui­tectura de este período, pero esta vez. De otra parte, es preciso considerar, que la gran mayoría de las actuaciones, sobre todo en la ciudad, serán consecuen­cia de la consolidación de las man­zanas existentes, y salvo ac­tuaciones singulares o unifamilia­res de carácter exento, la gran mayoría carecerán de la posibili­dad de arti­culación volumé­trica, resignando su resul­tado for­mal a la elabo­ración del lienzo de fa­chada.

Este texto corresponde a un fragmento revisado del libro realizado por el mismo autor “La Arquitectura de la ciudad de Las Palmas en la década de los cincuenta” citado en la bibliografía.

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