En los tiempos que corren parar un momento para pensar acerca del orden, parece un acto retórico, y esto como consecuencia de algo más que efectuar un errante paseo alrededor de los acontecimientos con los que nos estamos acostumbrando sin convencimiento a convivir. También, porque en un momento ideológico de fuerte relativismo moral, que viene manifestado en una grande intransigencia tolerante, disponerse a presentar algo que se acerque a establecer ordenadas formas de relación puede ser tachado por algunos de algo anacrónico. Sin embargo, nada más lejos y equivocado.
Cuando sugiero el término intransigencia tolerante, pretendo centrar la principal condición de nuestra sociedad occidental y desarrollada. Desde su prisma, la tolerancia es sólo posible cuando nuestro pensamiento coincide con el de la colectividad, normalmente dirigido; cuando es cuestionada, o más bien sus criterios, en ese momento pasamos a ser socialmente intolerantes, y también nada más lejos y equivocado, simplemente no estamos de acuerdo con el pensamiento mediatizado. A riesgo de este precio me parece que nunca como hoy se hace necesario reflexionar acerca del orden de las cosas. Y para ello, nada como este trabajo de Gombrich que ha formado parte probablemente de las bibliotecas de muchas generaciones de personas dedicadas al estudio del Arte y otras áreas similares.
El orden viene vinculado a nuestra natural disposición a jerarquizar, descomponer, agrupar y relacionar, para comprender todos los asuntos y fenómenos que nos rodean. Tendemos a convertir los fenómenos complejos que nos cuestan entender en algo reconocible, o cuando menos abarcable, a eso hemos llamado análisis e interpretación. Sin embargo, el que podamos ejecutar este tipo de operaciones no significa que podamos sintetizar los fenómenos a la simple adición de las partes obtenidas. En el caso de manifestaciones de carácter artístico con mayor motivo. La angustia proviene en muchos casos de la falta de comprensión o previsión de los acontecimientos. Estas tendencias a la generación de los constructos mentales explicativos de lo que nos rodea, forman parte indisociable de nuestra personalidad, de nuestro diseño, y es ahí donde surge nuestra necesidad de orden. Somos seres necesitados de organización y conocimiento regulado de nuestros pensamientos y entorno.
Gombrich plantea importantes consideraciones generales acerca del sentido del orden, sin embargo ya en el título realiza una acotación interesante: quiere referirse en el trabajo dentro de la línea de investigación dentro de su especialidad, recordemos su condición de historiador del arte, a los asuntos que la relacionan con la psicología de las artes decorativas; sin embargo, parece más bien un excusa para abordar el fondo, pues si repasamos simplemente el índice, y más si los contenidos, veremos como las artes decorativas constituyen tan sólo el hilo conductor, o el referente conglomerante utilizado para hablar de otros asuntos más proyectados hacia la psicología de la percepción artística. Es por ello que este trabajo se proyecta mucho más allá dando como consecuencia su utilización en muchos ámbitos de las artes.
En su prefacio realiza dos aclaraciones que creo interesantes subrayar, la primera establecer que lo indefinible, yo diría lo aparentemente inefable, lo que no puede ser explicado con palabras, constituye sustancia válida para la investigación, pues caso contrario estaríamos negando la posibilidad de indagación acerca de las emociones, ideas, arte y muchas otras áreas de las actividades y características propias de la humanidad. Esta reflexión le ubica lateralmente en un lugar de alto interés intelectual y especulativo: los matices entre lo lógico y lo razonable, parecería que lo lógico estaría situado en lo definible, lo convergente; y lo razonable en lo divergente, en lo que parece prudente o sensato. La lógica debe ser aprobada por la razón. Se admite pues que las cosas aparentemente ilógicas pueden ser absolutamente razonables, no en vano la llamada ciencia se construye llenándose de teorías.
Asuntos que no han podido ser demostrados en la experiencia, pero configuran un cuerpo coherente en sí mismo organizan las teorías que sólo pueden ser y son válidas dentro de sus propias presunciones, se convierten en explicaciones o interpretaciones posibles de los fenómenos; eso es justamente lo que permite a un mismo acontecimiento ser explicado desde distintas ópticas. Pero esto no defiende el relativismo, pues el absoluto se constituye en el propio fenómeno. Afirmar la inexistencia del absoluto, es hacer lo que se niega: el absoluto; por tanto, tal afirmación será contradictoria, y la lógica determina su falsedad quedando como cierto su contrario: existe el absoluto. En ocasiones las lógicas se ubican en el mayor de los aparentes sin sentidos, sin embargo, pueden ser perfectamente razonables a partir de las hipótesis posibles.
Lo lógico tendrá que ver con las leyes, los métodos y otros instrumentos de carácter técnico. La razón se movería en los procesos del pensar, en el uso del entendimiento para obtener conclusiones. No obstante la diferencia entre ambos términos si recurrimos a la semántica, quizá sea muy débil, pero al tiempo permite concentrar la atención en lo que hace la diferencia. En cualquier caso, parece muy pertinente centrar la curiosidad en los aspectos que devienen del orden, si bien este puede tener zonas de mucha fragilidad. Gombrich comienza en la introducción hablando sobre el orden y propósito de la naturaleza y apoyándose en algún trabajo de Popper, destaca la constante actividad humana en la exploración del entorno para la búsqueda de estructuras de orden que le permitan conocer y generar la capacidad de previsión acerca de los fenómenos y su posición frente a ellos.
Para los procesos del arquitecto en la acción de proyectar, es decir lanzar sus ideas como previsiones o hipótesis en el lugar, es fundamental encontrar estructuras de orden que constituye un factor preponderante, de tal forma que el control de la forma se realizará a través de procesos intuitivos, inductivos, es decir de carácter mental; y otros que serían geométricos, es decir euclidiano, de representación y regulación de trazados; hablaríamos respecto los dos primeros como control del orden formal que adquiere carácter conceptual; y en segundo lugar, de control de la forma que obtiene características de tipo corpóreo, físico y material.
La segunda aclaración que hace Ernest H. Gombrich consiste en los asuntos vinculados a la ilusión, es decir los puramente perceptivos o aparentes, lo cual no garantiza que sea su verdadera condición absoluta. En ella la ordenación se producirá a través de principios de semejanza o diferencia, a los que sujetamos los fenómenos de visualización, convertidos en perceptivos a partir que los sujetamos a las condiciones orgánicas y experienciales de nuestro pensamiento. El orden no es una posición de las cosas sino la forma de pensarla que tiene los individuos. Igual que no se negaba el absoluto, tampoco se hace respecto a lo que se denomina paquete de resistencia, que son aquellas cosas que son como son a pesar de que nos empeñemos en que sean de otra manera.
En la elaboración de los escenarios mentales, filtros que requiere nuestro pensamiento, lo visual constituye un importante agente selectivo, y por ello es necesario aislar los asuntos en estructuras para poder analizarlo en su relación a la totalidad. En esa búsqueda incesante de orden en el mundo exterior también se introduce los temporal, que se enmarcaría dentro de lo que denomina orden y orientación, refiriéndose a los moldes que utiliza la mente para encontrar las estructurar, es discurso lo hace siguiendo a Popper. El tiempo se convierte en un construcción para ordenar. La mencionada actividad continúa desde el nacimiento, donde se tiene escasa experiencia pero se tiene alta capacidad exploratoria que comienza inmediatamente a incorporar tramas operativas para realizar ajustes y comparaciones.
El libro se encuentra dividido en una Introducción y tres partes, además de un epílogo una serie de anexos con notas, relación de ilustraciones e índices de conceptos y onomástico; la primera parte se destina al desarrollo de diferentes aspectos tanto teóricos como prácticos acerca de la decoración. Se construye a partir de tres capítulos: en el primero establece el contexto histórico en el que se desenvuelve para luego en el segundo detenerse en diferentes autores o movimientos de importancia que han tenido significación en los asuntos tratados, diseño, ornamento, etc. El tercero de los capítulos centra su atención acerca de los que denomina los constreñimientos, es decir los límites que se interponen entre la propuesta de diseño y su materialización; hace referencia a los patrones, las características de los materiales, las leyes y órdenes, los límites de la percepción, así como las limitaciones provenientes de los utensilios utilizados, quedando centrada en tres limitaciones que se concretan en la material, la geométrica y la de planificación.
La segunda parte se refiere a la percepción del orden, asunto que subdivide también en tres capítulos, uno destinado a la reflexión acerca de la economía de la visión, que se refiere a los a como nuestra atención depende de los mecanismos de anticipación desarrollados, así como a las exploraciones que realizamos; un segundo dedicado al análisis de los efectos, que se centra en los asuntos relacionados con las consecuencias que diferentes situaciones puedan presentarse ante nuestra visión: intranquilidad, reposos, interferencias, equilibrio, inestabilidad, color, etc. Finalmente un tercero sobre las formas y las cosas, que se centra en asumir que los objetos tienen características propias que se encuentran más allá de nuestros rasgos sensoriales, aspectos que se hacen sólo perceptibles a partir de determinadas condiciones o influencias mutuas.
La Tercera parte, agrupada en cuatro capítulos que se reúnen bajo el título Psicología e Historia, dividiendo temáticamente los capítulos en el análisis de la fuerza del hábito, la psicología de los estilos, los diseños como signos y el borde del caos. Del hábito, dice Gombrich, brota el sentido del orden, como resultado de nuestra resistencia al cambio, y nuestra búsqueda de la continuidad, de nuevo un asunto ligado al la idea de tiempo lineal. En la psicología de los estilos trata de establecer la interacción existente entre los temas contemporáneos y los argumentos intelectuales que proponen un estilo, en forma escéptica habla acerca del mito sobre los estilos que responden al valor ideológico, espíritu le llama, de una época, proponiendo en forma dubitativa que probablemente se trata de la consecuencia de un proceso de percepción posterior, cuando ya se conoce la globalidad del proceso.
Los diseños como signos, en este capítulo plantea la necesaria diferenciación entre diseños y signos, entre lo meramente decorativo y lo simbólico. Se trata de una escala que va desde lo naturalista hasta lo abstracto. Gombrich afirma que esta interacción entre decoración y simbolismo se encuentra en muchos lugares, basta con la observación cuidadosa de tal cuestión, cuando se realizan visualizaciones de elementos artificiales. Al tiempo recuerda el misterio que sugieren aquellos elementos simbólicos de los cuales se ha olvidado su significado, recordando el aura que rodeó a los jeroglíficos egipcios antes de poder ser interpretados. La búsqueda de los orígenes, dice, de conocimientos y sabiduría primitivos, persigue el apoyo de cualquier señal visible con la que pueda asociarse.
Todo ello puede conducir, de hecho lo hizo, a un sin fin de fantasías y excesos en las interpretaciones, surge lo mitológico a su alrededor, como si intentaran buscar el significado que Dios le había dado pero desde la percepción humana en el intento baldío de ser como dioses, es la búsqueda de la Verdad, lo absoluto, pero rebuscando la respuesta en el puro intelecto donde no se puede encontrar, llegando a una situación similar a la que desencadena una superficie de mohebius, una cinta sin fin, sin respuesta en lo intrascendente. Valora diferentes motivos y formatos de signos: marcas de distinción, simbolismo heráldico, la rúbrica y su transformación, el potencial simbólico y el signo de la cruz, como motivo y signo de la tradición occidental, y símbolo más central del mundo de la cristiandad, sus características de orden, simetría hizo que este signo fuera utilizado ya en épocas precristianas expresados como motivos cruciformes que se pueden remontar a 2000 a C.
El último capítulo se dedica la análisis en el borde del caos, como el lugar permisivo o caprichoso, donde lo monstruoso y lo grotesco, como ruptura de lo convencional y de lo decoroso, hasta los efectos de la disolución formal como lugar donde la ambigüedad es sistematizada participan del caos que hoy se suma al indeterminismo matemático como localización de otras formas de ordenamiento genera un efecto caótico en el diseño desde la perspectiva psicológica. En lo contemporáneo, la disolución digital del arriba y el abajo lleva a la disolución formal de la misma manera, y pasa incorporarse a las rutinas ordinarias en la acción del proyectar en el arquitecto.
Finalmente, en el epílogo centra su atención en la música como arte ambiental, pues considera que si se habla de sentido del orden no puede quedar fuera, siempre conscientes de la limitación que significa la distancia entre el campo tonal y el visual; aquella es relacionada por Eugenio Trías con la arquitectura, por constituirse como un arte de las mismas características envolventes. Gombrich también vincula la música con el canto y la danza, como partes de un mismo fenómeno artístico, entra en reflexiones sobre la forma, la rima y la razón. Por el contrario, determina que la música es intangible, que no pertenece a una de las necesidades básicas de los individuos, ni rivaliza con la naturaleza a través de la mimesis, aunque sí lo hace sobre los sonidos de aquella, que su representación visual en la partitura en relación con los tonos es indirecta.
Todo ello le confiere un papel preeminente sobre lo sensible y lo intelectual, en la idea de Pater que todo arte aspira constantemente a la condición de la música. Afirma que la música sólo puede ser discutida en términos musicales. Esta situación ha llevado a una pugna continua con las otras artes; esto lo trata Gombrich en el segundo apartado del capítulo expuesto. En cualquier caso, concluye que en esta rivalidad con la música de las artes visuales, sean estáticas o cinéticas, se configura una tensión continuada en la historia del Arte.
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